MITOS Y LEYENDAS
DE MÉXICO
La inocencia del
alma no se pierde nunca.
Gente de todas las partes y de todos los tiempos han escuchado y
seguirán escuchando con una diáfana ingenuidad, los relatos, las tradiciones,
las leyendas y las antiguas crónicas; unas que apenas soslayaron ojos ávidos y
torpes en antiguos códices ideográficos, esotéricos y misteriosos, otras que
aún yacen olvidados en polvosos y húmedos archivos, entre pergaminos
carcomidos, en escritura de tinta desleída y caracteres dibujados por acuciosos
monjes y “lenguas” que llegaron al conocimiento de los dos idiomas que en su
tiempo prevalecieron en lo que hoy es América.
Y aún nos queda
la herencia que hoy tratamos de registrar y rescatar, que es el relato de los
viejos, las tradiciones y mitos orales que se han venido repitiendo de
generación en generación en un legado cultural que de ningún modo debemos
esquivar y desaprovechar:
Y así,
tradiciones, leyendas y mitos, una mitología asombrosa de hechos increíbles en
los que se mezclaban hombres y dioses, estrellas y animales, elementos y
movimientos telúricos, con el devenir de los antiguos pobladores del Anáhuac,
se han ido eslabonando estas hermosas cuentas de abalorio, esta encajería de
una urdimbre que aún nos deleita y nos asombra y nos pone a pensar si en verdad
han ocurrido tantos hechos, unos sombríos y sobrenaturales otros, y el motivo
por el cual ya no ocurren.
La Leyenda de los Volcanes
Las huestes del Imperio azteca regresaban de la guerra.
Pero no sonaban ni los
teponaxtles ni las caracolas, ni el huéhuetl hacía rebotar sus percusiones en
las calles y en los templos. Tampoco las chirimías esparcían su aflautado tono
en el vasto valle del Anáhuac y sobre el verdiazul espejeante de los cinco lagos
(Chalco, Xochimilco, Texcoco, Ecatepec y Tzompanco) se reflejaba un menguado
ejército en derrota. El caballero águila, el caballero tigre y el que se decía
capitán coyote traían sus rodelas rotas y los penachos destrozados y las ropas
tremolando al viento en jirones ensangrentados.
Allá en los cúes y en las
fortalezas de paso estaban apagados los braseros y vacíos de tlecáxitl que era
el sahumerio ceremonial, los enormes pebeteros de barro con la horrible figura
de Texcatlipoca el dios cojo de la guerra. Los estandares recogidos y el
consejo de los Yopica que eran los viejos y sabios maestros del arte de la
estrategia, aguardaban ansiosos la llegada de los guerreros para oír de sus
propios labios la explicación de su vergonzosa derrota.
Hacía largo tiempo que un
grande y bien armando contingente de guerreros aztecas había salido en son de
conquista a las tierras del Sur, allá en donde moraban los Ulmecas, los
Xicalanca, los Zapotecas y los Vixtotis a quienes era preciso ungir al ya
enorme señorío del Anáhuac. Dos ciclos lunares habían transcurrido y se pensaba
ya en un asentamiento de conquista, sin embargo ahora regresaban los guerreros
abatidos y llenos de vergüenza.
Durante dos lunas habían
luchado con denuedo, sin dar ni pedir tregua alguna, pero a pesar de su
valiente lucha y sus conocimientos de guerra aprendidos en el Calmecac, que era
así llamada la Academia de la Guerra, volvían diezmados, con las mazas rotas,
las macanas desdentadas, maltrechos los escudos aunque ensangrentados con la
sangre de sus enemigos.
Venía al frente de esta hueste
triste y desencantada, un guerrero azteca que a pesar de las desgarraduras de
sus ropas y del revuelto penacho de plumas multicolores, conservaba su
gallardía, su altivez y el orgullo de su estirpe.
Ocultaban los hombres sus
rostros embijados y las mujeres lloraban y corrían a esconder a sus hijos para
que no fueran testigos de aque retorno deshonroso.
Sólo una mujer no lloraba,
atónita miraba con asombro al bizarro guerrero azteca que con su talante altivo
y ojo sereno quería demostrar que había luchado y perdido en buena lid contra
un abrumador número de hombres de las razas del Sur.
La mujer palideció y su rostro
se tornó blanco como el lirio de los lagos, al sentir la mirada del guerrero
azteca que clavó en ella sus ojos vivaces, oscuros. Y Xochiquétzal, que así se
llamaba la mujer y que quiere decir hermosa flor, sintió que se marchitaba de
improviso, porque aquel guerrero azteca era su amado y le había jurado amor
eterno.
Se revolvió furiosa
Xichoquétzal para ver con odio profundo al tlaxcalteca que la había hecho su
esposa una semana antes, jurándole y llenándola de engaños diciéndole que el
guerrero azteca, su dulce amado, había caído muerto en la guerra contra los
zapotecas.
–¡Me has mentido, hombre vil y
más ponzoñoso que el mismo Tzompetlácatl, – que así se llama el escorpión-; me
has engañado para poder casarte conmigo. Pero yo no te amo porque siempre lo he
amado a él y él ha regresado y seguiré amándolo para simpre! Xochiquétzal lanzó mil
denuestos contra el falaz tlaxcalteca y levantando la orla de su huipil echó a
correr por la llanura, gimiendo su intensa desventura de amor.
Su grácil figura se reflejaba
sobre las irisadas superficies de las aguas del gran lago de Texcoco, cuando el
guerrero azteca se volvió para mirarla. Y la vio correr seguida del marido y
pudo comprobar que ella huía despavorida. Entonces apretó con furia el puño de
la macana y separándose de las filas de guerreros humillados se lanzó en
seguimiento de los dos.
Pocos pasos separaban ya a la
hermosa Xochiquétzal del marido despreciable cuando les dio alcance el guerrero
azteca. No hubo ningún intercambio de
palabras porque toda palabra y razón sobraba allí. El tlaxcalteca extrajo el
venablo que ocultaba bajo la tilma y el azteca esgrimió su macana dentada,
incrustada de dientes de jaguar y de Coyámetl que así se llamaba al jabalí.
Chocaron el amor y la mentira.
El venablo con erizada punta de
pedernal buscaba el pecho del guerrero y el azteca mandaba furioso golpes de
macana en dirección del cráneo de quien le había robado a su amada haciendo uso
de arteras engañifas.
Y así se fueron yendo,
alejándose del valle, cruzando en la más ruda pelea entre lagunas donde
saltaban los ajolotes y las xochócatl que son las ranitas verdes de las orillas
limosas.
Mucho tiempo duró aquél duelo.
El tlaxcalteca defendiendo a su
mujer y a su mentira.
El azteca el amor de la mujer a
quien amaba y por quien tuvo arrestros para regresar vivo al Anáhuac.
Al fin, ya casi al atardecer,
el azteca pudo herir de muerte al tlaxcalteca quien huyó hacia su país, hacia
su tierra tal vez en busca de ayuda para vengarse del azteca. El vencedor por el amor y la
verdad regresó buscando a su amada Xochiquétzal. Y la encontró tendida para
siempre, muerta a la mitad del valle, porque una mujer que amó como ella no
podía vivir soportando la pena y la vergüenza de haber sido de otro hombre,
cuando en realidad amaba al dueño de su ser y le había jurado fidelidad eterna.
El guerrero azteca se arrodilló
a su lado y lloró con los ojos y con el alma. Y cortó maravillas y flores de
xoxocotzin con las cuales cubrió el cuerpo inanimado de la hermosa
Xochiquétzal. Corono sus sienes con las fragantes flores de Yoloxóchitl que es
la flor del corazón y trajo un incensario en donde quemó copal. Llegó el
zenzontle también llamado Zenzontletole, porque imita las voces de otros
pajarillos y quiere decir 400 trinos, pues cuatrocientos tonos de cantos dulces
lanza esta avecilla.
Por el cielo en nubarrones
cruzó Tlahuelpoch, que es el mensajero de la muerte.
Y cuenta la leyenda que en un
momento dado se estremeció la tierra y el relámpago atronó el espacio y ocurrió
un cataclismo del que no hablaban las tradiciones orales de los Tlachiques que
son los viejos sabios y adivinos, ni los tlacuilos habían inscrito en sus
pasmosos códices. Todo tembló y se anubló la tierra y cayeron piedras de fuego
sobre los cinco lagos, el cielo se hizo tenebroso y las gentes del Anáhuac se
llenaron de pavura.
Al amanecer estaban allí, donde
antes era valle, dos montañas nevadas, una que tenía la forma inconfundible de
una mujer recostada sobre un túmulo de flores blancas y otra alta y elevada
adoptando la figura de un guerrero azteca arrodillado junto a los pies nevados
de una impresionante escultura de hielo.
Las flores de las alturas que
llamaban Tepexóchitl por crecer en las montañas y entre los pinares, junto con
el aljófar mañanero, cubrieron de blanco sudario las faldas de la muerta y
pusieron alba blancura de nieve hermosa en sus senos y en sus muslos y la
cubrieron toda de armiño.
Desde entonces, esos dos
volcanes que hoy vigilan el hermoso valle del Anáhuac, tuvieron por nombres
Iztaccihuatl que quiere decir mujer dormida y Popocatepetl, que se traduce por
montaña que humea, ya que a veces suele escapar humo del inmenso pebetero.
En cuanto al cobarde engañador
tlaxcalteca, según dice también esta leyenda, fue a morir desorientado muy
cerca de su tierra y también se hizo montaña y se cubrió de nieve y le pusieron
por nombre Poyauteclat, que quiere decir Señor Crepuscular y posteriormente
Citlaltepetl o cerro de la estrella y que desde allá lejos vigila el sueño
eterno de los dos amantes a quienes nunca podrá ya separar.
Eran los tiempos en que se
adoraba al dios Coyote y al Dios Colibrí y en el panteón azteca las montañas
eran dioses y recibían tributos de flores y de cantos, porque de sus faldas
escurre el agua que vivifica y fertiliza los campos.
Durante muchos años y poco
antes de la conquista, las doncellas muertas en amores desdichados o por mal de
amor, eran sepultadas en las faldas de Iztaccihuatl, de Xochiquétzal, la mujer
que murió de pena y de amor y que hoy yace convertida en nívea montaña de
perenne armiño.
El chom
Leyenda Maya
Cuenta la leyenda que en Uxmal, una de las ciudades más
importantes de El Mayab, vivió un rey al que le gustaban mucho las fiestas. Un
día, se le ocurrió organizar un gran festejo en su palacio para honrar al Señor
de la Vida, llamado Hunab ku, y agradecerle por todos los dones que había dado
a su pueblo.
El rey de Uxmal ordenó con
mucha anticipación los preparativos para la fiesta. Además invitó a príncipes,
sacerdotes y guerreros de los reinos vecinos, seguro de que su festejo sería
mejor que cualquier otro y que todos lo envidiarían después. Así, estuvo
pendiente de que su palacio se adornara con las más raras flores, además de que
se prepararan deliciosos platillos con carnes de venado y pavo del monte. Y no
podía faltar el balché, un licor embriagante que le encantaría a los invitados.
Por fin llegó el día de la
fiesta. El rey de Uxmal se vistió con su traje de mayor lujo y se cubrió con
finas joyas; luego, se asomó a la terraza de su palacio y desde allí contempló
con satisfacción su ciudad, que se veía más bella que nunca. Entonces se le
ocurrió que ese era un buen lugar para que la comida fuera servida, pues desde
allí todos los invitados podrían contemplar su reino. El rey de Uxmal ordenó a
sus sirvientes que llevaran mesas hasta la terraza y las adornaran con flores y
palmas. Mientras tanto, fue a recibir a sus invitados, que usaban sus mejores
trajes para la ocasión.
Los sirvientes tuvieron listas
las mesas rápidamente, pues sabían que el rey estaba ansioso por ofrecer la
comida a los presentes. Cuando todo quedó acomodado de la manera más bonita,
dejaron sola la comida y entraron al palacio para llamar a los invitados.
Ese fue un gran error, porque
no se dieron cuenta de que sobre la terraza del palacio volaban unos zopilotes,
o chom, como se les llama en lengua maya. En ese entonces, estos pájaros tenían
plumaje de colores y elegantes rizos en la cabeza. Además, eran muy tragones y
al ver tanta comida se les antojó. Por eso estuvieron un rato dando vueltas
alrededor de la terraza y al ver que la comida se quedó sola, los chom volaron
hasta la terraza y en unos minutos se la comieron toda.
Justo en ese momento, el rey de
Uxmal salió a la terraza junto con sus invitados. El monarca se puso pálido al
ver a los pájaros saborearse el banquete.
Enojadísimo, el rey gritó a sus
flecheros:
?¡Maten a esos pájaros de
inmediato!
Al oír las palabras del rey,
los chom escaparon a toda prisa; volaron tan alto que ni una sola flecha los
alcanzó.
?¡Esto no se puede quedar así!
?gritó el rey de Uxmal? Los chom deben ser castigados.
?No se preocupe, majestad;
pronto hallaremos la forma de cobrar esta ofensa ?contestó muy serio uno de los
sacerdotes, mientras recogía algunas plumas de zopilote que habían caído al
suelo.
Los hombres más sabios se
encerraron en el templo; luego de discutir un rato, a uno de ellos se le
ocurrió cómo castigarlos. Entonces, tomó las plumas de chom y las puso en un
bracero para quemarlas; poco a poco, las plumas perdieron su color hasta
volverse negras y opacas.
Después, uno de los sacerdotes
las molió hasta convertirlas en un polvo negro muy fino, que echó en una vasija
con agua. Pronto, el agua se volvió un caldo negro y espeso. Una vez que estuvo
listo, los sacerdotes salieron del templo. Uno de ellos buscó a los sirvientes
y les dijo:
?Lleven comida a la terraza del
palacio, la necesitamos para atraer a los zopilotes.
La orden fue obedecida de
inmediato y pronto hubo una mesa llena de platillos y muchos chom que volaban
alrededor de ella. Como el día de la fiesta todo les había salido muy bien, no
lo pensaron dos veces y bajaron a la terraza para disfrutar de otro banquete.
Pero no contaban con que esta
vez los hombres se escondieron en la terraza; apenas habían puesto las patas
sobre la mesa, cuando dos sacerdotes salieron de repente y lanzaron el caldo
negro sobre los chom, mientras repetían unas palabras extrañas. Uno de ellos
alzó la voz y dijo:
?No lograrán huir del castigo
que merecen por ofender al rey de Uxmal. Robaron la comida de la fiesta de
Hunab ku, el Señor que nos da la vida, y por eso jamás probarán de nuevo
alimentos tan exquisitos. A partir de hoy estarán condenados a comer basura y
animales muertos, sólo de eso se alimentarán.
Leyenda de los Temblores
Por estas tierras se cuenta que, hace mucho tiempo,
hubo una serpiente de colores, brillante y larga.
Era
de cascabel y para avanzar arrastraba su cuerpo como una víbora cualquiera.
Pero tenía algo que la hacía distinta a las demás: una cola de manantial, una
cola de agua transparente.
Sssh
sssh… la serpiente avanzaba. Sssh sssh… la serpiente de colores recorría la
tierra. Sssh sssh… la serpiente parecía un arcoiris juguetón, cuando sonaba su
cola de maraca. Sssh sssh…
Dicen
los abuelos que donde quiera que pasaba dejaba algún bien, alguna alegría sobre
la tierra.
Sssh
sssh… ahí iba por montes y llanos, mojando todo lo que hallaba a su paso. Sssh
sssh… ahí iba por montes y llanos, dándoles de beber a los plantíos, a los
árboles y a las flores silvestres. Sssh sssh… ahí iba por el mundo, mojando
todo, regando todo, dándole de beber a todo lo que encontraba a su paso.
Hubo
un día en el que los hombres pelearon por primera vez. Y la serpiente
desapareció. Entonces hubo sequía en la tierra.
Hubo
otro día en el que los hombres dejaron de pelear. Y la serpiente volvió a
aparecer. Se acabó la sequía, volvió a florecer todo. Del corazón de la tierra
salieron frutos y del corazón de los hombres brotaron cantos.
Pero
todavía hubo otro día en el que los hombres armaron una discusión grande, que
terminó en pelea. Esa pelea duró años y años. Fue entonces cuando la serpiente
desapareció para siempre.
Cuenta la leyenda que no desapareció, sino que se
fue a vivir al fondo de la tierra y que ahí sigue. Pero, de vez en cuando, sale
y se asoma. Al mover su cuerpo sacude la tierra, abre grietas y asoma la
cabeza. Como ve que los hombres siguen en su pelea, sssh… ella se va. Sssh
sssh… ella regresa al fondo de la tierra. Sssh sssh… ella hace temblar… ella
desaparece.
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